El concepto de opinión pública es aquel que se utiliza para hacer referencia a las diferentes formas de expresión que una comunidad puede tener respecto de temas públicos, no privados.
La idea de opinión pública existe desde hace tiempo ya, siempre que se hable de la reacción o de la forma de pensar del pueblo ante determinados eventos políticos, sociales, económicos o culturales.
Sin embargo, no hay duda alguna de que la importancia que este concepto ha tomado en los últimos cincuenta años es mayor debido a que las nuevas tecnologías y la aparición de internet han facilitado y ampliado las formas de expresión pública ante todo tipo de eventos.
Así se llama a la valoración generalizada a nivel social que existe respecto a ciertos asuntos.
La opinión pública, de este modo, se crea a partir de coincidencias extendidas entre la mayoría de las personas. En su desarrollo inciden múltiples factores, teniendo especial relevancia la influencia de los medios de comunicación.
Puede entenderse a la opinión pública como una tendencia de la sociedad. Cuando se afirma que “la opinión pública expresa…” o que “la opinión pública piensa…”, se está aludiendo que a un sector mayoritario de una sociedad concuerda algo sobre un tema específico.
Supongamos que un periodista manifiesta que “la opinión pública cree que el presidente se equivocó” al realizar un anuncio. Este comunicador, ya sea recurriendo a encuestas o a su propia percepción, sostiene que la mayoría de los ciudadanos considera que el mandatario actuó de manera errónea. Por supuesto, podría rebatirse dicha afirmación diciendo que, en realidad, la opinión pública no refleja esa postura: no existe una medición exacta, precisa e infalible de lo que piensa un grupo social amplio, sobre todo porque no hay homogeneidad en sus integrantes.
Cabe destacar que la opinión pública puede manifestarse a través de protestas, huelgas y marchas. En los últimos años, las redes sociales también se convirtieron en un importante vehículo de expresión de la opinión pública.
Esta nueva plataforma, las redes sociales, nos ha traído una serie de ventajas y desventajas que se reflejan en gran parte en el proceso de concepción y difusión de la opinión pública. Entre las ventajas se encuentra la inmediatez, en especial cuando necesitamos hacer visible un asunto importante: basta con contarles a nuestros contactos que nos han embargado la casa para que en pocos minutos lo sepan muchísimas más personas; en el mejor de los casos, alguien nos ayudará.
Claro que esto se ha convertido en un arma de doble filo, porque no siempre es fácil discernir el bien del mal, la justicia de la injusticia, y mucho menos si no nos dan el tiempo necesario para procesar la información antes de emitir un juicio. La inmediatez de las redes sociales también se observa en este aspecto: recibimos una noticia y la opinión que se espera que tengamos, todo de forma inmediata y en un paquete muy oportuno. Si decidimos expresarnos en contra de la opinión pública, debemos prepararnos para hacer frente a una turba iracunda.
Esto no significa que en el pasado no pesara el carácter masivo de las ideas: siempre ha sido difícil ir contra la mayoría. Sin embargo, en la actualidad tenemos la posibilidad de hacerlo públicamente desde la comodidad de nuestro teléfono, estemos donde estemos, tocando los temas más delicados sin que varíe el proceso: escribimos qué pensamos acerca del aborto, el racismo, el nuevo equipo de gobierno o los precios de la vivienda, y le damos a «publicar».
En cuanto hacemos esto, todos aquellos individuos que hayan suscrito a la opinión pública, es decir, que hayan aceptado esas ideas prefabricadas que estaban incluidas en algún mensaje escrito por parte de alguien con cierta influencia en las redes sociales, se vendrán encima de nosotros por miedo a que destruyamos su estructura y los obliguemos a pensar por ellos mismos. La opinión pública, en otras palabras, es también un sinónimo de «lugar seguro» o «fortaleza», que reúne a miles y millones de personas aunque más no sea por un tiempo.
No confundir el brindar la opinión en espacios públicos con expresarse en ámbitos de nuestra cotidianidad.
"Por espacio público entendemos un ámbito de nuestra vida social, en el que se puede construir algo así como opinión pública. La entrada está fundamentalmente abierta a todos los ciudadanos. En cada conversación en la que los individuos privados se reúnen como público se constituye una porción de espacio público. (...) Los ciudadanos se comportan como público, cuando se reúnen y conciertan libremente, sin presiones y con la garantía de poder manifestar y publicar libremente su opinión, sobre las oportunidades de actuar según intereses generales. En los casos de un público amplio, esta comunicación requiere medios precisos de transferencia e influencia: periódicos y revistas, radio y televisión son hoy tales medios del espacio público" (Habermas 1973: 61).
La base de la opinión pública es más cognitiva que racional. Por una lado es consecuencia de representaciones, esquemas mentales, imágenes simbólicas que los individuos construyen en cuanto a la realidad. Pero por otro lado, estos esquemas cognitivos, en tanto fuentes de opiniones, son en su mayoría una representación parcial. Y, finalmente, El ambiente familiar y compartido por todos individuos -llamémosle "mundo de la vida"- es sustituido por un "seudoentorno", al que contribuyen la propaganda política, los medios, las imágenes individuales, el egocentrismo y la manipulación, así como la experiencia de mundos y realidades no disponibles directamente.
Según Sartori, existen tres modalidades de procesos de formación de la opinión pública:
A. Un descenso en cascada desde las élites hacia abajo.
B. Una agitación desde la base hacia arriba.
C. Una identificación grupos de referencia (Sartori 2007: 77).
El modelo cascada de la opinión pública no es, por consiguiente unidireccional de arriba abajo, sino que existen complejos procesos de reequilibrio y una neutralización recíproca.
"Cuando afirmamos que en las democracias el público se forma una opinión propia de la cosa pública, no afirmamos que el público lo haga todo por sí mismo y solo. Sabemos muy bien, por tanto, que existen 'influyentes' e 'influenciados', que los procesos de opinión van desde los primeros a los segundos, y que en el origen de las opiniones difusas están siempre pequeños núcleos de difusores. (…) Todo depósito no sólo desarrolla un ciclo completo, sino que en el seno de todo depósito los procesos de interacción son horizontales: influyentes contra influyentes, emisores contra emisores, recursos contra recursos" (Sartori 2005: 176).
Foote y Hart (1953) describen cinco fases colectivas en el proceso de formación de la opinión pública:
1) Fase del problema: una situación es considerada como problemática por una persona o grupo, aunque el problema y sus consecuencias no han sido completamente definidos.
2) Fase propuesta: tiene lugar la formulación de una o más líneas de acción como respuesta al problema ya definido.
3) Fase política: el centro de atención se encuentra en el debate activo; se discuten las propuestas y alternativas y la viabilidad de aplicación de cada una de las soluciones. En esta fase el debate público y el liderazgo se constituyen en elementos principales.
4) Fase programática: es el momento en el que se lleva a cabo la acción aprobada o consensuada en las etapas anteriores.
5) Fase de valoración: involucra las evaluaciones periódicas de la eficacia de la política elegida.
Opinión pública y democracia van unidas. La libertad de opinión es un valor irrenunciable de las sociedades democráticas; es la herencia del pensamiento ilustrado del siglo XVIII: pensar por cuenta propia y opinar libremente, en libertad.
Ahora bien, la libertad de opinión requiere unas condiciones fundamentales, que se resumen en los siguientes principios:
a) El principio de libertad de pensamiento.
b) El principio de libertad de expresión.
c) El principio de libertad de organización o de asociación.
Estos principios no van sueltos; forman un ensamblaje indestructible. Efectivamente, como aclara Sartori, "la libertad de pensamiento no es sólo la libertad de pensar en silencio, en lo cerrado del alma, lo que nos plazca: presupone que el individuo puede acceder libremente a todas las fuentes del pensamiento; presupone además que cada uno sea libre de aceptar y controlar lo que encuentre escrito u oye decir, y por lo tanto presupone, entre otras cosas, mundos abiertos, mundos atravesables que nos permitan ir a verlos en persona.
A su vez, la libertad de expresión, la libertad de escribir o decir lo que se piensa en privado, presupone una "atmósfera de seguridad". La libertad de opinión está tutelada por una carta constitucional. "Finalmente, la libertad de expresión es también, en su evolución natural, libertad de organizarse para propagar lo que tenemos que decir. Los modernos partidos políticos, cuya matriz se encuentra en los clubs de opinión y de difusión de las opiniones del siglo XVIII, constituyen la primera ilustración concreta de cómo la libertad de expresión se convierte en 'organización de la opinión'. A nosotros nos interesa además, por otro lado, la libertad de organizar las comunicaciones, y más precisamente la estructura de las comunicaciones de masas, que es, al mismo tiempo, el producto y el promotor de la libertad de expresión" (Sartori 2005: 179). Sartori identifica la libertad de organización con "policentrismo". En las sociedades democráticas los medios de comunicación tienen una estructura policéntrica, aunque el grado y la configuración varía de un país a otro. Esto está claro. Pero también es cierto que quienes pretenden negar la existencia "real" del carácter policéntrico de los medios de comunicación, deberán hacerlo comparándolo "con el monopolio de estructura monocéntrica característico de los totalitarismos y las dictaduras. Es cierto que también los medios de comunicación de las democracias merecen todo tipo de reservas y acusaciones; pero negar su policentrismo y su centralidad sería equivocarse de negación" (Sartori 2007: 83).
En el sistema democrático la estructura policéntrica de los medios de comunicación es contraequilibrada y está, en cierta medida neutralizada por el hecho de emitir mensajes distintos, cuyas voces están contrastadas por contravoces. Cosa que no se da en los sistemas totalitarios. Un sistema totalitario se caracteriza por los siguientes elementos:
1º. La estructura de todos los medios de comunicación de masas es rígidamente monocéntrica y monocolor, con una sola voz: la del régimen
2º. Los medios de socialización y las instituciones educativas aparecen como instrumentos de una única propaganda de Estado; de ahí que la distinción entre propaganda y educación es abolida.
3º. El sistema totalitario tiene un mundo cerrado y hostil a todo lo exterior; por esto su única preocupación es censurar todos los mensajes del mundo circundante que no coinciden con la ideología del sistema.
4º. En el sistema totalitario los líderes de opinión están férreamente controlados, incluso más que por el control policial, por la presión de los activistas y guardianes del partido.
5º. Lo que pretende últimamente el totalitarismo es destruir definitivamente la libertad personal de pensamiento, de expresión y de organización. El totalitarismo es la invasión de la "esfera privada"
Podemos decir que la condición democrática de la opinión pública hace que ésta sea "polifónica", es decir, que la opinión pública esté marcada intrínsecamente por un "conflicto de interpretaciones", dándole una riqueza de contenido y de puntos de vista.
Hasta aquí el principio, la teoría; mejor dicho, lo que debería ser. Pero, desgraciadamente, la realidad es muy diferente, pues la opinión pública ha sido golpeada, y sigue siéndolo todavía más actualmente, por la propaganda sutilmente totalitaria de los líderes y por el poder de control social de los medios de comunicación de masas.
Fuente:
Chomsky, Noam 1992 Ilusiones necesarias. Control del pensamiento en las sociedades democráticas. Madrid, Libertarias/Prodhufi.
2002a "El control de los medios de comunicación", en Noam Chomsky e Ignacio Ramonet, Cómo nos venden la moto. Barcelona, Icaria.
2002b La propaganda y la opinión pública. Conversaciones con David Barsamian. Barcelona, Crítica.